Mientras que el genoma de todas las
células del cuerpo humano, con independencia de su aspecto y
función, es idéntico, las señales químicas que lo regulan,
conocidas como marcas epigenéticas, son específicas de cada tejido
humano y de cada órgano.
Es decir, que todos nuestros componentes
tienen el mismo abecedario (genoma), pero la ortografía (epigenoma)
es distinta en cada parte de nuestra anatomía. De hecho, para un
mismo tejido u órgano, el epigenoma varía en función de la edad de
la persona.
Un epigenoma
distorsionado
En el estudio se han secuenciado
totalmente los epigenomas de las células blancas de la sangre de un
recién nacido, un individuo de edad intermedia y una persona de 103
años.
Los resultados demuestran que el
centenario presenta un epigenoma distorsionado que ha perdido
muchos interruptores (grupo químico metilo), encargados de apagar
la expresión de genes inapropiados y, en cambio, se apaga el
interruptor de algunos genes protectores.
"Extendiendo los resultados a un
grupo numeroso de neonatos, individuos situados en el punto medio y
nonagenarios o centenarios nos damos cuenta de que se trata de un
proceso progresivo en el que cada día que pasa el epigenoma se va
torciendo", afirma el investigador.
Sin embargo, Esteller destaca que
"las lesiones epigenéticas, a diferencia de las genéticas, son
reversibles y, por tanto, la modificación de los patrones de la
metilación del ADN por cambios dietéticos o por el uso de fármacos
podría inducir un aumento del tiempo de vida".
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